Viernes 20 de Julio 2007. A las 12 de mañana cada uno de nuestros móviles, que permanecen encendidos en nuestros puestos de trabajo, había recibido ya una media de 10 llamadas con el mismo contenido. Lo corriente. “Me he encontrado un gato, dígame dónde se lo llevo”, ….. “mi gata ha tenido cinco gatitos y no los quiero” ……. “mi mujer se ha quedado embarazada y nos tenemos que deshacer de las tres gatas de 10 años” …..” me cambio de casa y ya no puedo tener al gato y lo tengo que dejar en la perrera” ….”. En estos días, solicitud de adopciones y llamadas ofreciendo ayudas casi ninguna.
Son las 12 de la mañana. ¿Es Madrid Felina?. Mire, necesito que me ayuden. Tengo en el baño de mi trabajo una gata salvaje y su bebé que se habían quedado atrapadas en el falso techo y que han logrado salir porque he quitado la rejilla de ventilación y han podido saltar. ¿Pueden venir a recogerlos por favor?.
Le comunicamos que acudiremos pero que tiene que ser por la tarde, estamos trabajando en estos momentos, somos todos voluntarios y hasta la tarde no podrá ser.
¡¡ Pero se van a morir de hambre!!, nos contesta. ¡¡ Llevaban cuatro días encerrados en el techo, he llamado al Ayuntamiento, a cuanto número de teléfono me han dado, Uds. son la última esperanza, ya no tengo más teléfonos, nadie ha querido ayudarnos !!, le oímos contar desesperadamente.
A las 20:30 una de nosotras, trasladada generosamente por una colaboradora con coche, está, jaula trampa en mano, dentro del local, abriendo lentamente la puerta del cuarto de baño para ver a la gata y al bebé y sopesar la mejor manera de cogerlos. La gata no es una gata amable y no va a saltar a nuestros brazos alegremente.
Ante nuestra sorpresa no hay un bebé, hay dos que permanecen en un rinconcito, en un estado de salud lamentable, con los ojos cerrados por una enorme conjuntivitis, deshidratados y desnutridos. Tienen mes y medio.
La madre, una menuda tricolor con ojos de espanto, intenta trepar, nada más vernos, por lo azulejos hacia el agujero. No lo consigue y vuelve a caer.
Es fácil la solución, pensamos, terminaremos pronto el trabajo. La madre tiene hambre y, efectivamente, tarda poco tiempo en entrar en la jaula trampa, el olor de la comida es demasiada tentación. Los bebés, acto seguido, ya están en nuestras manos recibiendo los “primeros auxilios”, algo de comida y agua que aceptan con avidez. En pocos minutos más descubrimos que aún tienen ojos detrás de esos párpados inflamados y llenos de pus. Menos mal.
Pero la experiencia te hace siempre pensar más allá y desgraciadamente se acierta en demasiadas ocasiones y, tras explicarnos la dueña del local el por qué y cómo llegaron los gatos a estar encerrados en su falso techo, preguntamos ¿y no hay más bebés?¿no hay más gatos allá arriba?
Es preguntarlo y oír llorar a otro felino que no había saltado al baño o su madre no le había ayudado a hacerlo.
Empieza ahora el verdadero rescate y ya sabemos que no terminaremos pronto este trabajo. Se avisa a las familias de que no nos esperen, a los niños se les desea las buenas noches a través del teléfono y llamamos a la colaboradora que nos ayudó a trasladarnos a la idea para que sepa que no se librará de Madrid Felina tan fácilmente porque necesitaremos su ayuda para el regreso.
Al falso techo de su local llevan años accediendo los gatos de los jardines colindantes. Estamos en Ginzo de Limia, en uno de esos altísimos bloques con locales comerciales en los bajos. A través de agujeros que accidentalmente existían en la fachada, los felinos habían hecho de esos falsos techos su cobijo durante el invierno y sus cuevas para parir. En esa zona hay varias colonias de gatos.
Hacía cinco días que habían cerrado los agujeros. Nadie sabe quién, el por qué es fácil de adivinar. La dueña nos cuenta que ella se acostumbró a oírlos corretear encima de su cabeza mientras trabajaba pero nos señala las humedades que producían y suponemos que no todo el mundo ha sido tan generosa con estos animales como este matrimonio inquilino del local..
Con el consentimiento y ayuda del dueño del local que se personó al cabo de un rato y resultó ser un hombre encantador dispuesto a ayudar en todo lo posible, rompimos el techo de escayola del baño pensando en que el gatín estaba allí accesible y que no pudo seguir a la madre debido a la ceguera que el también padecería o a que la madre lo consideró inviable y no lo arrastró a su salvación.
Ni una cosa ni otra. El bebé allí no estaba pero le seguíamos oyendo maullar llamándonos y, tras subirnos a lo más alto de una escalera, más allá de sus peldaños, para conseguir divisar mejor, descubrimos desagradablemente que el falso techo del baño y el resto del local estaban incomunicados por tabiquería de ladrillo y no había manera de acceder excepto por dentro del local, derribando la escayola por zonas del falso techo ya que éramos incapaces de localizar de dónde venía el maullido.
El bebé maullaba muy débil, eran ya casi las 12 de la noche y se sopesó, mirando aquella considerable superficie, si era viable el trabajo, si había posibilidad de encontrarle y si el agravio que íbamos a ocasiones a las personas que allí trabajaban iba a ser compensado encontrando al animal. Cabía la posibilidad de volver a subir al falso techo a la madre para que ella accediera al bebé pero ante el riesgo de perder dos gatos de cuatro, aceptamos esa noche marcharnos con tres gatos rescatados sobre los cuatro que al parecer existían.
Con el corazón encogido, pensando que, con mucha probabilidad, aquel gatín moriría lentamente sin haber podido ayudarle pero también siendo conscientes de que no siempre logramos rescatar a los animales con vida, nos marchamos hacia nuestras casas con la gata y los dos bebés que, inevitablemente, estaban destinados a hacernos pensar en el que habíamos dejado llorando y a punto de morir.
A la mañana siguiente, sábado, volvimos a llamar al matrimonio que, todo hay que decirlo e imaginando su local casi derruido, estaban reticentes a permitirnos seguir con el rescate. Les proponíamos abrir solo por la parte del techo de la cocina, la zona más cercana al falso techo del baño y la más probable donde podía encontrarse el bebé encerrado y la que menos perjuicio les iba a ocasiones.
Tras un día de “negociaciones”, por la noche recibimos un mensaje donde nos decían que el dueño del local (y también del local colindante) había abierto un agujero en una de las paredes por el local vecino (al oír llorar al gato por esa zona) y había descubierto que el gato había caído al agujero existente (y que habíamos visto también el día anterior) entre la medianería del edificio en el que nos encontrábamos y el siguiente edificio de viviendas.
Para que os hagáis una idea, estaba a unos cuatro metros de profundidad, entre dos paredes interiores, e inaccesible a nuestras manos.
El Domingo estaba allí de nuevo Madrid Felina, a las 12 de la mañana, tras haber “ubicado” a la familia humana como mejor se podía, niños y no niños, para poder ir a rescatar un gato más.
Subidos en la misma escalera que el viernes podíamos divisar al gatín, un rubio ya desfallecido que no era capaz de levantar la cabeza de las piedras y cascotes pero al que no lográbamos capturar con el cazamariposas de casi cuatro metros que a duras penas lográbamos descolgar y que casi no podíamos ver con la escasa luz que de nuestras linternas ya que la profundidad y la oscuridad eran considerables.
A las tres horas de intentarlo de diversa manera (y tras romper dos cazamariposas ya que teníamos entre el gato y nosotros una enorme viga de hierro que competía en ese estrecho habitáculo con nuestros brazos) llegamos a la conclusión de que para poder salvarle solo restaba tirar parte de la la pared del baño y descolgarnos por la viga los cuatro metros que nos separaban del gato, rogando que el ancho del espacio entre las medianerías, unos 60 cm. con la viga en medio nos permitiera volver a la superficie. Bajar es fácil, subir no siempre lo es.
Eso sí, teníamos la tranquilidad de que si nos quedábamos atascados los bomberos acudirían a nuestro rescate, ya vista la situación con humor. A ellos siempre les llamamos en última instancia y, ya que nos cuesta bastante que hagan un hueco en sus urgencias cotidianas, y los reservamos para esos felinos escaladores que se nos suben a los árboles de Madrid.
Con todo el cuidado del mundo y dando gracias por encontrar unos inquilinos y unos dueños dispuestos a ver su propiedad en ese estado “por un gato”, y a base de mazazos, se fue derribando aquella pared hasta permitir el paso de un humano. No podíamos evitar que algunos cascotes cayeran justo donde estaba el gatín así que, para colmo, no sabíamos si al final lo podríamos sacar con vida.
La pared derribada, la viga a la vista. ¿Quién baja?. Madrid Felina dispuesta a bajar hasta el infierno si de rescatar a un minino se trata, forma parte de nuestra “locura” criticable por algunos pero, afortunadamente porque la vida a veces compensa con generosidad la buena obra, el dueño del local, chico deportista y que nos sacaba unos cuantos centímetros y habilidad física, decidió que, a pesar de su temor a los espacios subterráneos y cerrados, era él el indicado para hacerlo. Y lo consiguió.
Nachita, que así se llama la gata que subió a la superficie casi moribunda y que a día de hoy pelea por su vida con nuestra ayuda, se ha librado de morir lentamente. Lo hubiera hecho, además de lentamente, en silencio porque ella, y su madre, la gata “Conchi”, y sus hermanos, forma parte de los gatos olvidados, de los que la ciudad no quiere, de los que día a día sobreviven a las malas en nuestra ciudad.
La pequeña Nachita:
Y el brazo de Teresa despues de la aventura:
Este no es más que el relato de un día de trabajo más de Madrid Felina. Desde hace muchos años es así..
Cuando trabajábamos sin nombre o ahora que lo hacemos con él los gatos siempre han estado esperándonos en cualquier rincón. Allá donde estén saben que, si nos llaman y humanamente es posible, acudimos porque somos los que “….miramos con ojos de gato esta maravillosa ciudad ..”
El Equipo de Madrid Felina.
Julio 2007
miércoles, 3 de octubre de 2007
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